Nací hace unos cuantos años —por accidente— en Don Benito provincia de Badajoz, donde viví mi infancia y parte de mi adolescencia. Criado en un entorno rural, me hice amante voluntario del campo, de sus aromas y sabores, de sus colores y matices. Con 16 años mi familia se trasladó a Madrid, y yo —con pena y tristeza— lo hice con ellos. Pronto y a golpes de realidad, superé ese sentimiento sin secuelas graves, y desde entonces vivo en la capital del foro como el mejor de los urbanitas. De sangre asturiana, montaña y mar, igual que el campo y el barro, influyen profundamente en mí y en mis relatos. Me gusta observar a las personas e imaginar sus vidas, para después escribirlas con ciertos toques inciertos de ficción. Respecto a mi formación académica, llegué sin excesivos contratiempos a la Universidad, cosechando muchos amigos por el camino. Comencé la carrera de Derecho por vocación y la terminé por obligación, con la fe totalmente perdida en el modelo de docencia existente. Sin tiempo —y ganas— para ejercer, di el salto a la empresa privada. Una de esas de telecomunicaciones, donde desde hace más de 18 años —el tiempo pasa volando cuando te diviertes— desempeño mi tarea profesional. Lector y soldador de palabras tardío, he florecido lentamente a este mundo pero con hojas perennes. Pertenezco a la Asociación de Escritores Nóveles, en cuya página web he tenido la suerte de ver publicados tres relatos —os invito a leerlos—. Vivo con la ilusión constante de escribir un libro y verlo publicado. Tengo dos hijos. Un niño y una niña. Son dos soles. Trato, sin descanso, de inculcarles mi pasión y amor por la lectura y escritura, y creo que lo están —que no estoy, ya que el triunfo es todo de ellos— consiguiendo. Hasta ahora en mi vida, éxitos y fracasos juegan divertidos y caprichosos con el fiel de la balanza.
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