Una noticia que levanta el ánimo
Luz
sonrió
ACCÉSIT
en el Concurso Literario de Relatos Breves
“Escritores del Barrio” 2025 -
Madrid
Los vi al doblar la
esquina; me los encontré de repente, porque todavía llevaba la preocupación de
no engancharme en los últimos tramos de la escalera mecánica, que se sumen sin
espera y a veces pretenden arrastrar un bajo del pantalón o el cordón de un
zapato.
A él se le desplomaban los
setenta y pico, arrugas abajo, desde la frente calva hasta los cárdenos labios,
desde la boca entreabierta hasta la nuez
extraviada entre los incontables pliegues del pescuezo. Sus dedos,
amorcillados y tapizados por numerosas y oscuras isletas de edad, pretendían
hurgar en el escote generoso de la mujer.
Ella no se negaba pero su
perfil aindiado se mantenía impasible ante tanto beso y tanto sobo, las
hechuras de su cuerpo inca genuino se mantenían firmes. El metro ladró en el
túnel, poco a poco se pegó al andén.
—Hasta el próximo martes. Ya te llamo.
—Eso espero, que sea temprano.
—En cuanto pueda, ya sabes.
—Bonitos ¿eh? — él
le sopesó uno de los pendientes. Toma, no te dejes el libro. Mira que están
caros, más que las joyas. Tendré el otro la semana que viene.
Arrancó el convoy. Él
agitaba la mano frenética y bastante artrítica, y enseñaba el paladar postizo
en una sonrisa exagerada, mientras ella se sentaba a mi lado y respondía apenas
a la despedida con un gesto. Botas negras de media caña, pantalón elástico,
negro también; grandes aretes de plata retorcida, recién estrenados, plateado y
negro el chaleco sobre la negra camiseta de algodón, cuyo borde se esforzó en
levantar para taparse la negra puntilla del sujetador. Las uñas carcomidas y
gruesas, medio despintadas, parloteaban sobre los estropajos, limpiacristales,
agua caliente y lejía de la lejana jornada matutina del día, igual a la que
será mañana y que cada vez está más cerca, apenas tras un ratito de sueño.
Pensé en la agria
preocupación de los hijos del anciano, no sólo por la dilapidación de la pensión
mensual, sino por la suerte que podría llegar a correr la herencia que
esperarían como cuervos. ¡Cómo odiarían la presencia andina!
En mi misma parada se
bajó. Accedió a la calle ya casi anochecida, precediéndome unos pasos. En el
murete de la boca del metro aguardaban sentados dos adolescentes, descendientes
también de Tayta Inca, también ataviados de oscuro. Música de bolsillo y
pinganillo, refresco de cola en las manos, el tabaco escondido ante la
proximidad de la madre. Graznaron como crías de cuervo. La mujer le alargó el
libro a la chica.
—Éste era, sí, uno de ellos. Te
encargué dos.
—Otro día. Está pedido.
—¿Y para mí? Necesito un portátil, tú
lo sabes.
—Mami, éste ha dejado la nevera seca.
Date prisa antes de que cierren los comercios.
Tuve lástima de Mama
Kilya, aquella diosa luna trasplantada desde donde naciera, en la otra cara del
planeta; tuve lástima a pesar de su máscara hierática, de negros ojos
escondidos y pico de cóndor y aunque su
actitud destilaba el orgullo de sacar adelante a sus hijos sin más ayuda que
fregar desde el amanecer y entretener a
viejos por las tardes. Pero no fue por pena por lo que la abordé, sino por su
decisión, por su coraje, por su valentía.
—Disculpe, estoy buscando… en fin,
necesitamos ayuda en casa y me preguntaba si le interesaría, es aquí cerca. El
edificio aquel de las terrazas.
Clavó en mí una mirada
sorprendida y desconfiada; se quedó parada, observándome, como evaluando el
alcance de mi ofrecimiento.
—Necesitamos una cuidadora a jornada
completa para cuando mi madre salga del hospital. Quizá sea mejor que hable con
mi mujer sobre las condiciones, el contrato, ya sabe, todo eso.
Alargó la mano para coger
mi tarjeta al oír la palabra “contrato”, tal vez también al saber que teniendo
detrás a una familia no era deshonesta mi intención y se le fue dibujando una
sonrisa esperanzada que alegró su rostro con la bella blancura de unos dientes
fuertes y bien colocados. Echó una ojeada a sus dos hijos que la esperaban unos
metros más adelante y tuve la impresión de que sonreía por primera vez desde
mucho tiempo atrás. Quizá se imaginara que ellos ya no tendrían que pasar por
la senda espinosa que le había tocado a ella
Se llama Luz. Ahora sólo
viaja en metro cuando necesita ir al centro y rara vez sucede.
Eva Barro
Natural de Sotrondio (Asturias) escribo desde que tenía uso de razón. El primero de mis premios fue en la Librería Sol de mi pueblo. En el año 2000 empecé mi camino literario adulto. Cuento con cinco publicaciones y más de cien premios repartidos por toda España.
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