APROVECHAR QUE EL PISUERGA PASA POR VALLADOLID  LOS SANGUIJUELA y LOS GARRAPATA

APROVECHAR QUE EL PISUERGA PASA POR VALLADOLID LOS SANGUIJUELA y LOS GARRAPATA

«Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid». Al consultar el «Diccionario de dichos y frases hechas» de Espasa Calpe, séptima edición, de marzo del año 2002, se puede comprobar que según Alberto Buitrago no está claro el origen de tal expresión popular. Se podría atribuir al siglo XVI, momento histórico en el que Valladolid fue capital del Reino. Al trasladar Felipe II la corte a Madrid surgió la idea de que cualquier disculpa podía ser buena para justificar el cambio de sede y utilizar una expresión que sirviera para mostrar opiniones, estilos de hacer las cosas o la toma de decisiones y aludiera al Pisuerga como símbolo de la ciudad. De ahí que el bello río castellano se haya convertido durante siglos en protagonista de una frase que se utiliza con frecuencia. El importante afluente del Duero, que nace al norte de la provincia de Palencia, en el pueblo de La Pernía, lleva sus aguas por tierras llenas de historia y belleza. Concretamente, Valladolid disfruta de él, tanto como de preciarse de la utilización del mejor lenguaje castellano de España.

            Precisamente de lenguaje, literatura, libros, cultura y arte pretende nutrirse esta crítica satírica. Sátira: «Discurso o composición literaria en prosa o en verso en que se critican agudamente las costumbres o vicios de alguien con intención moralizadora, lúdica o meramente burlesca». En este caso, será en prosa y con la mayor capacidad burlesca de la que sea capaz el que contempla cierto panorama cotidiano del «mundillo» de los escritores noveles, reuniones, tertulias, agrupaciones, proyectos culturales y similares.

            «Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid» es una frase que se utiliza como maniobra de distracción, un doblar la esquina y conseguir un beneficio para salir por la tangente respecto al tema principal del que se esté tratando. Pues bien, ¡vaya por Dios!, hoy en día vivimos en una jungla literaria de personas y entidades que practican a la perfección el famoso dicho popular. El club de los chupasangre (personas que se aprovechan de otros), vampiros (Strigoi de Istria, criaturas que se alimentan de la esencia vital de otros), sanguijuelas (Hirudinea, una clase del filo anélidos que extraen la sangre del organismo al exterior), garrapatas (Ixodoidea, de la superfamilia de ácaros que con su picadura pueden llevar a la muerte), parásitos en definitiva que, por sí mismos no son capaces de sobrevivir y se adhieren ahí, «enganchados» a las víctimas, mientras silban disimulando, levantan la cabeza mirando para otro lado y hacen como que no va la cosa con ellos. Pero, en verdad, con buenas dotes de observación aprenden lo mejor de los desdichados que caen en sus «garras» con intención de llevarlo ellos a cabo, aunque siempre la copia resultará peor que el original. En los casos de organizaciones lo harán a un coste infinitamente superior al previsto en el proyecto primario adjudicándose su autoría, sin citar al protagonista de la idea.

            En el mundo de los libros, los actos literarios y la gestión cultural los mencionados parásitos se desenvuelven de maravilla y a sus anchas. Si les presentan a alguien importante, toman a «escondidillas» buena nota del contacto para utilizarlo posteriormente en su beneficio, sin ningún tipo de recato o pudor. Lo malo de ello no es dicha habilidad, porque en una sociedad global todos tienen los mismos derechos y oportunidades para abrirse camino, lo criticable es que no tengan la ética indispensable —que ingenuidad pensar que un parásito pueda tener ética— para informar con cortesía, de la maniobra que van a realizar, a la persona que disfruta de la capacidad cultural y creativa necesaria para relacionarse con personas de referencia. Igual ocurre con las redes sociales, se apropian del trabajo ajeno y captan contactos sin sentir vergüenza ninguna. Si aprenden un modo de hacer, lo imitan, si analizan una técnica de ventas, la copian, si entienden que una práctica está dando buenos resultados, la ponen ellos en marcha (casi siempre con resultados negativos, porque aquello que consideran que está «chupado» suele llevar un laborioso trabajo detrás, en determinadas situaciones, de años).

 Los parásitos humanoides, porque la carencia de buenos sentimientos produce un antropomorfismo que impide y hace incorrecto considerarlos humanos, lo disimulan perfectamente. Pueden disponer de una magnífica sonrisa, relacionarse correctamente, incluso hacerse pasar por «mosquitas muertas» para que la estrategia que tienen prevista desde mucho tiempo antes no pueda ser intuida ni descubierta. Porque estos parásitos improvisan a su manera; toman decisiones por impulsos, pero el fin principal está en su ADN.

Estos «bichos» disponen de facilidad para reconocerse entre ellos. Tienden a crear sinergias, ríen y se divierten como si se conocieran de toda la vida, «les gusta el olor de sus pedos», se congratulan de ellos. No les importa escribir con faltas de ortografía, no les tiembla el pulso al considerarse escritores, poetas, personas de la cultura y están, en realidad al nivel de chavalería de instituto, dicho sea con el máximo respeto a la juventud que habrá de escalar en el futuro los peldaños del saber. Se atreven con todo. La supina ignorancia que perfuma de modo fétido su existencia les convierte en «kamikazes» a los que no importa chocar contra una pared; se levantarán como si no hubiera ocurrido nada, como si no les importase el tropezón, volverán a la carga, en otro ámbito o en el mismo, pero por otra trayectoria.

Tampoco les ilumina el sentido del ridículo. En realidad, porque mantienen la sensación de ser más listos que los demás. Piensan, ¿cómo pueden ser otros tan tontos si yo voy a hacer lo que ellos, en menos tiempo, por un camino más directo y con mayor facilidad? Los chupasangre, sanguijuelas y garrapatas son «carteristas» al más puro estilo de los ladrones en las aglomeraciones de público. En su caso roban ideas, plagian lo que otros se «curran» con grandes dosis de esfuerzo. Para la mayoría de los mortales una hora tiene sesenta minutos; para los interfectos de los cuales se está hablando, son cinco minutos. Los otros cincuenta y cinco son cosa de gente de menos luces de las que a ellos les adornan. ¡Ellos son el árbol de Navidad!; como dijo alguien castizo, hay más de este tipo de «chupópteros» que bombillas. Bueno, él dijo algo mucho más fuerte, pero mejor suavizarlo. Al menos por ahora, hasta no sentir que «el muerto en el entierro» mete el dedo en ojo ajeno y sea necesario usar el desinfectante.  

«Dime con quién andas y te diré quién eres», «el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija», esos son dos axiomas del catecismo de los «aprovechados». Los hay como las rosquillas del Santo: listas y tontas, con azúcar glas, de diferentes sabores…pero siempre, siempre, les cuadra perfectamente aquello de que, «hasta el más tonto hace relojes».

Si ha llegado a la vida de alguno de los lectores de esta crítica satírica un espécimen de este tipo de parásito se recomiendan tres acciones: primera, utilizar algún tipo de amuleto que espante las malas vibraciones que van a emitir en la vida del afectado. Segunda, leer atentamente el manual «Dios nos libre de los falsos amigos, de los aduladores babosos, de los que muestran solo una parte de su verdadera personalidad y de los que ponen cara de jesuita perezoso y son cabareteras promiscuas que bailan en cualquier escenario». Tercera, si con las dos primeras no se ha conseguido erradicar «al sanguijuela», «al garrapata», solo queda una última oportunidad: buscar en el trastero la armadura del bisabuelo, ponerla bien colocada, sacar la maza de puntas afiladas y hacérsela ver a los tipejos sin escrúpulos que amenazan con beneficiarse de mala manera del trabajo realizado por otros.

«Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid», el sujeto que tiene la desgracia de ser «chupado» sobrevive a la mala experiencia porque tiene la capacidad de buscar otras alternativas, crear más y más proyectos, darse satisfacción con el esfuerzo que realiza y sentirse creativo. La víctima es la que posee valía y coraje, el parásito es «copiota», no dispone de capacidad innata para innovar, luchar, caer y levantarse. El parásito siempre estará expuesto a ser extirpado de su víctima y morir de inanición. Sus eventos literarios, sus libros, los actos serán malos plagios. Algún día, más pronto que tarde, morirán de cobardía y falta de miramiento. Algo o alguien más parásito que ellos los pisará, y hará lo mismo que hicieron. En el último estertor, aún pronunciarán el nombre de la víctima a la que tanto perjudicaron, de la que nacieron las cortas alas con las que intentaron volar.

Amables sufridores de la vorágine de texto escrito de un estereotipo de personaje que se cuela por todos los agujeros en los suelos del mundillo literario actual. Si han conseguido comprender la dimensión del problema y entendido el carácter apócrifo de lo que hacen los chupasangre, se habrá conseguido el objetivo de describir con la mayor veracidad a malas personas que viven o intentan vivir, a costa de los demás sin un ápice de responsabilidad o sufrimiento por su parte.

Se emplaza a los lectores a una próxima entrega de las críticas satíricas burlescas de Luis María Compés Rebato.

13 Octubre 2022

Luis María Compés Rebato
Luis María Compés Rebato

Diplomado en turismo, dedico en la actualidad mi actividad entorno a la cultura y, especialmente, a la literatura. Escritor, librero, gestor cultural y editor.

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