LA INCULTURA DEL ENFRENTAMIENTO
Julia de Castro Álvarez
Nos hemos
instalado en el enfrentamiento continuo que es una forma nociva y estresante de
relación social. La sana discrepancia; el ejercicio razonado y razonable del
noble arte del intercambio de opiniones y pensamiento; el debate meditado y
reflexivo han dado paso a la descalificación sistemática con el objetivo premeditado
de dividir a la población en sectores irreconciliables que acaben en una
confrontación encarnizada y constante.
No hay más que
echar un vistazo alrededor para comprobar que, a la menor de cambio, saltan
chispas en todos los ámbitos de nuestra vida, ya sea el fútbol, la elección de
una canción para el festival de Eurovisión o la política.
Este contexto
humano, cada día más común, es lo menos apropiado a la hora de conseguir las
cotas de bienestar personal y comunitario que nos hemos marcado como objetivo.
Convivir en paz y tolerancia empieza a ser una necesidad perentoria y cada vez
más alejada de nuestra realidad.
La ofensa, el insulto,
la vejación, el maltrato físico y psicológico, el menosprecio o la ira son respuestas
habituales y altamente desproporcionadas en nuestro trato diario con los demás.
El exceso y la asimetría entre el hecho en sí y la réplica que este suscita se
están haciendo con los mandos de una comunicación enferma en la sociedad.
Situaciones que,
vistas desde fuera, resultan tan nimias que las reacciones desmesuradas que provocan
pasmo se han convertido en algo totalmente cotidiano en nuestra vida, tan peligrosamente
habitual que empezamos a no sorprendernos ante ellas y, al convertirse en
moneda de cambio frecuente, el riesgo de asumirlas como naturales se incrementa
hasta producir vértigo.
A la ciudadanía
en general, esta práctica usual no puede aportarle nada positivo y sí la sume
en un entorno estresante, angustioso y perverso. El caldo de cultivo perfecto para
una interrelación enfermiza, una convivencia insana y siempre a punto de
estallar por los aires, el tormentoso inicio del caos y la sinrazón.
Entonces, ¿cuál
es el motivo por el que no somos capaces de poner freno a esta escalada de hostilidad
en las relaciones sociales?
Pues parece que
hay un poco de todo en este entuerto.
Por un lado, la
desidia, la dejadez, la abulia en la que una gran parte de la ciudadanía nos
hemos instalado tomando como inexorables estos avances sociales que resultan en
enormes retrocesos dentro de las expectativas de futuro que, razonablemente,
nos habíamos trazado.
Ese mundo
tolerante, sereno que soluciona las divergencias con diálogo y generosidad,
aceptando la legitimidad de cualquier opinión o pensamiento y respetando a
quienes lo mantienen es hoy lo más alejado de la realidad que podamos imaginar.
Y por otro, los
intereses espurios de aquellos que “mecen la cuna”, ya se sabe “a río revuelto,
ganancia de pescadores”. No hay nada más manejable que una masa que ha dejado
de hacerse preguntas y ha pasado a moverse por impulsos viscerales, es
justamente esto lo que permite a esos que mueven los hilos de nuestro mundo, mantenerse
en sus posiciones de poder utilizando al ciudadano de a pie como arma
arrojadiza y escudo.
Mientras nos
entretenemos en sus “y tú más”, ellos siguen enfangando el campo de juego,
acumulando cadáveres debajo de la alfombra impunemente, inventando agravios,
tergiversando argumentos y pariendo estrategias de desinformación que nos
mantengan en un túnel oscuro y pegajoso del que no seamos capaces de salir para
respirar oxígeno, abrir los ojos y exigir.
Algo falla en la
autodenominada avanzada sociedad occidental si seguimos sin ser capaces de
desarrollar las competencias necesarias para ejercer el pensamiento crítico,
sea de donde sea que nos venga la información.
La educación es
la base de la capacidad de análisis y reflexión, el elemento imprescindible
para poder tomar nuestras propias decisiones evitando, en gran medida, el
riesgo de que cualquier abanderado autoerigido en intérprete único de
realidades utilice esta ignorancia cómoda para seguir manejándonos a su antojo.
En nuestras
manos está convertirnos en ciudadanos críticos que, desde la serenidad, dejen
muy claro a los que se están beneficiando de esta especie de ceguera del
intelecto, que ni somos niños ni vamos a permitir que los árboles de la
algarabía de las trifulcas orquestadas nos impidan ver el bosque de la realidad
en la que vivimos.
En nuestras
manos está, pero requiere esfuerzo y tesón y, el esfuerzo hoy no está de moda.
Nacida en Madrid es Graduada en Educación Social y ferroviaria. Apasionada de la literatura y el trabajo de voluntariado en barrios desfavorecidos del sur de Madrid. Colabora con la Asociación de Ocio y Tiempo Libre “Halcones de la Amistad” para dinamizar la vida cultural y el entramado social de estos barrios. Es miembro y fundadora del grupo de artistas, Rincón del Arte y de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.
En 2012 coordina la publicación del libro de relatos para niños “Los hijos de la isla”, y en 2013 el poemario “Oigo susurrar a las hojas”, obras escritas con fines solidarios en colaboración con otros autores. En 2016 aparece su primer libro en solitario, “Escrito en femenino singular”, libro de poemas y relatos con la mujer como protagonista e hilo conductor. En 2019 publica la novela “La caja egipcia”, un viaje en el tiempo y el espacio en busca de las razones que llevaron a Teresa tan lejos de su tierra. La última publicación, por el momento, es un libro de relatos, La estupidez de creerse a salvo que pone sobre la mesa la sinrazón de creernos invulnerables ante las circunstancias de la vida.
En 2014 obtuvo el Primer premio en el I Certamen literario “Rincón del Arte – Haiku San” en su modalidad de poesía.
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