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TE HE SIDO INFIEL

Recuerdo el primer día que nos conocimos, que compartimos unos momentos agradables en la casa que había comprado en el paseo Imperial, de Madrid. Te vi perfectamente integrada en ese piso de tres habitaciones y un cuarto de baño espacioso en el que no faltaba ningún detalle. Tú y yo nos adaptamos desde el primer instante. Estaba claro que estabas hecha para mí, y yo era la persona que encajaba en tus características. La existencia nos había creado para pasar tiempo juntos, sin queja de ningún tipo. 

Pero mi naturaleza, la biología, no estaba concebida para serte fiel; para ser tuyo, únicamente. Una vez fuera de casa nunca pude evitar buscar a otras. No era culpa tuya; era yo el que no controlaba la necesidad de encontrar alguna que se pareciera a ti o los instintos más básicos me llevaban con desesperación, a veces con prisas, a desahogarme con la elección más próxima.  

Muchas veces me propuse al salir de casa no volver a sentir en ninguna situación lo mismo que contigo. Resistirme a la seducción de la presencia de otras mientras tomaba una cerveza o un café en un bar. Siempre había una mirada al fondo del local y la existencia reciproca de una competidora para ti. En innumerables ocasiones, mucho más feas, sin ese modo agradable con el que tú me acogías, exenta del esmero del ambiente que te caracterizaba, sin el bello reflejo con el que el espejo respondía a tu elegancia. 

Serte infiel, necesitar a otras, no me permitía estar tranquilo. Yo mismo no entendía tanta promiscuidad. Al salir de casa, día tras día, me sentía a gusto. Pensaba que no iba a requerir a otra que no fueras tú; pero con frecuencia sucumbía a lo que siempre demandaba mi interior. Pasé por consultas de médicos para averiguar los motivos que causaban mi falta de compromiso contigo. Me hicieron pruebas físicas y psicológicas. En determinadas ocasiones le restaron importancia. Decían que yo era así y que lo asumiera. Pero cuanto más tiempo pasaba, peor me sentía al necesitar a otras.

Aún recuerdo uno de los episodios que más feliz y reconfortado me dejaron, y que aumentó los remordimientos por mi comportamiento. Estaba en un hotel de lujo, en el paseo de la Castellana. Era un «cinco estrellas». Teníamos allí un congreso de escritores muy importante. Comimos y bebimos mucho todos los presentes. Íbamos elegantemente vestidos, guapísimos. Las mujeres con vestidos largos de gala. Con peinados muy sofisticados. Y entonces, pasó lo que yo no hubiera deseado, pero resultó ineludible. Coincidí con ella al ir a los aseos. Me pareció la más elegante del mundo. Brillaba con luz especial. Rebosaba lujo y belleza. Tenía un tipo perfecto. Curvas delicadas, adornos de oro, una actitud insinuante diciendo ven a mí. No lo dudé. Desabroché el cinturón como un poseso, no podía contener el deseo. Ella me esperaba sin oponer ninguna resistencia. Nos acoplamos, me dejé llevar, disfruté con locura el momento. Terminé con la sensación del mejor acto de mi vida. Tú eres mi compañera de cada jornada, pero lo de aquel hotel superó lo experimentado a lo largo de mi existencia. 

Salí de allí plenamente desahogado. Desde ese instante parecía flotar. Me dirigí al salón del restaurante para seguir bebiendo cava con la seguridad de recordarlo largo tiempo y de que ella tampoco lo olvidaría fácilmente. Tal fue la total entrega vivida hacía unos pocos minutos.

Así ha sido siempre nuestra historia. Tú en casa, abnegada, sin moverte un centímetro de tu posición complaciente conmigo. Sin desear a otro. Sin compartir momentos de placer con nadie más. Te admiro y maldigo mi naturaleza. ¿Por qué no puedo esperar a llegar a casa y hacerlo solo contigo? Siento el impulso de encontrar a otra como tú cuando voy por la calle, en el metro o en el tren. Busco con la mirada si hay posibilidad de coincidir, sentarme con ella, mantener unos momentos de complicidad. Es una obsesión.

Lo que te he confesado del hotel de cinco estrellas también me ha pasado viajando en avión, en vacaciones en diversos lugares, en restaurantes, incluso en sitios menos concurridos. Los amigos a los que se lo he contado se ríen divertidos, le restan importancia, me dicen que a ellos también les ha pasado en algún momento. Pero con mucha menos frecuencia que a mí. Una auténtica pesadilla. Es falta de control por mi parte. 

Hace unos años pasaste un mal episodio. Durante unos días temí que fuese tu final. No te puedes imaginar lo preocupado que estuve al ver que sufrías fallos múltiples. Pero estuve a tu lado. No paré hasta que dieran con los problemas que te estaban impidiendo ser todo lo estupenda que tú te mostrabas siempre. Tuvimos suerte y caíste en buenas manos. El especialista te hizo una puesta a punto perfecta y volvimos a sentirnos compañeros para la eternidad. Fue un alivio, porque separados todo sería muy diferente. Contigo complemento, sin duda, una parte muy importante de mi vida.

También fue un sufrimiento muy grande estar separados cuando pasé una semana ingresado en el hospital. Permanecer en cama sin posibilidad de levantarme ni un minuto, no poder ir a la ducha ni ir al servicio, con la horrible experiencia de hacer las necesidades en una cuña hizo que valorase nuestro hogar más que nunca; todo lo que tú me proporcionas de tranquilidad, sosiego, comprensión y lo cómodos que estamos unidos. 

Por todo lo expuesto, declaro mi intención de cambiar de comportamiento. Quiero hacer honor a lo que mereces. Deseo gustarte mucho. Voy a comenzar un tipo de alimentación especial que me han explicado que va a favorecer paliar el problema y, lo principal, tengo en estudio dar por finalizada mi etapa laboral. Ya puedo jubilarme y permanecer más tiempo en casa. Eso evitará que se produzca el impulso de pensar en otras. Tú serás la única. La mejor. 

No sabes lo difícil que me ha resultado escribir esta carta, o este relato, si prefieres calificarlo de esa forma, porque declarar públicamente algo tan íntimo, cosas de las que la gente, en general, no habla ni explica a los demás, me está costando mucho. Pero tanto tú, como muchísimas más que son iguales a ti, merecéis el reconocimiento social. Es necesario elevar la voz para alabaros. Siempre sois silenciosas, serviciales, hasta después del momento de gozo, cuando gemís como una catarata de agua que se precipita en busca de llevar muy lejos los recuerdos del éxtasis. Y totalmente desprendidas; ni un ápice de interés. Sois las mismas con reyes, banqueros, jueces de paz, trabajadores… Grandes defensoras de la igualdad entre mujeres y hombres. Abanderadas de los derechos LGTBI.

Lo vuestro tiene siglos de historia. Desde 1597, cuando John Harington, el sobrino de la reina Isabel I, decidió que algo importante debía cambiar en la sociedad, en las calles, habéis sido unas compañeras modélicas. Por mí parte, te estoy muy agradecido. Has acompañado momentos en los que he estallado de placer, así como secuencias dolorosas en las que no podía sacar a la luz todo aquello que me incomodaba. También has sido una psicóloga excelente para saber escuchar en silencio mis preocupaciones, los comentarios en voz alta, las largas conversaciones con el teléfono móvil mantenidas con personas que la mayor parte de las veces ni siquiera conocías. He leído junto a ti libros y revistas. Nos acompañó música en determinadas situaciones. Has aguantado mis risas y los llantos. 

Estoy decidido. Completamente seguro, seré fiel a ti para siempre. Renuncio desde este momento a utilizar otra taza de váter que no seas tú. Te lo debo, después de la incalculable cantidad de veces que lo he hecho contigo en casa. Y lo bien que me he sentido sentado en ti.

¡Ah! ¿Cómo? ¿Qué durante la lectura has estado pensando que ando con distintas personas buscando sexo? ¡Ummmm! ¡Mal, mal! ¡Háztelo ver! Yo nunca dije mujeres u hombres. Si quieres, vuelve a leer mis palabras. Admite, que tu mejor compañera en los momentos más críticos de apretón ha sido, es y será: «la taza del váter», y que como la de tu casa, no hay otra mejor. 

Confiesa, atrévete, ¿tú también has sido infiel con frecuencia a tu taza de váter?

Luis María Compés Rebato
Luis María Compés Rebato

Diplomado en turismo, dedico en la actualidad mi actividad entorno a la cultura y, especialmente, a la literatura. Escritor, librero, gestor cultural y editor.

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